
Una de las frases de Wallace Stevens que yo he citado más veces en mi vida es ésta: "
Money is a kind of poetry". Estoy seguro que WS, que fue presidente de una importante compañía de seguros en Estados Unidos y a la vez un inmenso poeta contemporáneo, quería decir que el dinero es un sistema simbólico que tiene tanta capacidad de producir realidad e irrealidad a la vez como el otro gran sistema simbólico a disposicón del hombre que es el lenguaje. El dinero es posibilidad y poder en un sentido análogo al sentido en que decimos que el lenguaje es posibilidad y poder.
Pero el dinero es también dinero de bolsillo, el dinero de la compra, la semanada de los estudiantes catalanes, los adelantos de los editores a las novelas... Recuerdo los primeros dineros que yo gané de Alférez de Complemento en Melilla. Y recuerdo también los primeros sueldos como profesor de literatura y filosofía en colegios de segunda enseñanza en Madrid. Lo que recuerdo, en concreto, es la satisfacción autoafirmativa de ganar algo de dinero. Este dinero que yo ganaba entonces, con 23 y 24 años, era un dinero sin poso, los dineros del sacristán, que volando vienen y volando se van. Experimenté también esta sensación de autorrealización trabajando como cleaner y telefonista en la City de Londres, era una emoción autárquica: recordemos a Machado "Con mi dinero pago/ la casa donde habito/ y el lecho donde yago". En función de esta vivencia poética del ganarse la vida, del ganarse un sueldo, siempre me ha gustado pagar lo mejor que puedo a la gente que trabaja conmigo. Y también dar propinas. Las propinas son pour boire. Es muy posible que yo me haya quedado en esta concepción lúdica del dinero pour boire, que es como quedarse en la sexualidad infantil, en los besos, en las caricias, sin pasar a mayores. Por otra parte, yo he nacido en una familia de gente de dinero -se hablaba de dinero en la mesa- y he tenido simpre una relación de familiariadad con el Gran Dinero que, por cierto, nunca he ganado.
He tenido siempre simpatía a la gente de dinero cuando son, como en mi familia, emprendedores y no meros gastadores. Recientemente mi colega de la Real Academia Española Darío Villanueva ha propuesto introducir una nueva y hermosa palabra castellana para designar la acción de los emprendedores económicos y empresariales: esta palabra es "emprendimiento", que procede del verbo emprender. Emprendimiento es un término que debe reservarse para los empresarios que, a todos los niveles, emprenden tareas de enriquecimiento económico. Uno emprende el Camino de Santiago pero a esos emprendedores les llamamos peregrinos. Emprendimiento debe reservarse para las gestas comerciales y financieras.
Soy consicente de estar haciendo un elogio del dinero, del ganar dinero, del ganarse la vida. Estoy haciendo un elogio del comerico. No puedo menos de referirme aquí a un maravilloso chiste de mi colega de la RAE Antonio Mingote en su "Historia de la gente": "Los fenicios extendieron la civilización y cubrieron gastos". Esto es verdaderamnete cómico y a la vez verdaderamnete verdadero. Verdaderamnete alegre. El dinero es alegre. Salud y pesetas se decía antaño. Y los argentinos inventaron la expresión -turbulenta donde las haya- de "botar la plata". Botar la plata no es gasturrear (frecuentativo neológico de gastar, igual que se dice canturrear, gasturrear), botar la plata es la magnificencia del magnífico aristotélico. Debemos asociar el uso del dinero con el concepto aristotélico de la magnificencia y el magnífico y también con el concepto aristotélico-cristiano de la magnanimidad, traducción de la grandeza de ánimo, de la megalopsiquía griega.
Todo lo anterior es una simple footnote, nota a pie de página a las fascinantes decisiones políticas que está tomando nuestro Presidente Barack Hussein Obama. En la viñeta de Toles antepuesta a este artículo (International Herald Tribune 7-8 de febrero de 2009), tenemos expresada con la concisión y la energía que sólo los grandes peridistas gráficos saben utilizar, la decisión legislativa de Obama de poner límites a los sueldos de los altos ejecutivos en cuyas compañías se ha inyectado dinero público. Debe examinarse esta viñeta y leerse este comentario mío en combinación con el artículo de Reed Hastings, chief executive of Netflix, titulado "Please raise my taxes" (en el mismo número del Herald Tribune). Reconoce Hastings que es un ejecutivo "very highly paid" y reconoce también que las diferencias salariales entre él mismo y sus iguales y el americano medio crea una gran cantidad de tensión. Y añade "President Obama should celebrate our success, rather than trying to shame us or cap our pay. But he should also take half of our huge earnings in taxes, instead of the current one-third." Aquí tenemos una combinación fascinante. Un alto ejecutivo que sugiere que la paga de los impuestos se controle mediante los impuestos y no mediante un artificial tope a sus ganancias. En la viñeta aparece un ejecutivo experto en demolición financiera que pregunta al Presidente Obama cómo va a retener el más grande talento de los más talentosos ejecutivos congelando sus sueldos. ¿No es éste un gran tema? Sólo los bloggers generosos de espíritu abierto entenderán este asunto. Dice Reed Hastings "Putting limits on the salaries at public companies, or trying to shame them into coming down, won't stop this costly competition for talent. Of course, it's galling when a chief executive fails and is still handsomely rewarded. But with the concept of "tax, not shame," a shocking $20 million severance package would generate $10 million for the government. That's a far better solution than what we have today, not least because it works with the market rather than against it."
Ni tengo más tiempo ni debo proseguir este complicado asunto porque los perspicaces bloggers que me lean no desearán, con seguridad, seguir eternamente leyéndome. Me he limitado aquí a exponer el estado de la cuestión. Una vez más President Obama ha puesto el dedo en la llaga.